martes, 26 de julio de 2011

El movimiento 15-M o la generación de los indignados

El profesor Antonio Campillo Meseguer, decano de la facultad de Filosofía de la Universidad de Murcia y colaborador del Centro de Estudios 15M, escribió sus impresiones sobre nuestro movimiento. Exponemos aquí su artículo. Muchas gracias por el apoyo Antonio!

Fuente: Universidad de Murcia. Facultad de Filosofía, página personal de Antonio Campillo.

 
El domingo 15 de mayo de 2011, una semana antes de las elecciones municipales y autonómicas convocadas para el 22 de mayo, decenas de miles de personas -en su mayoría, jóvenes- se manifestaron simultáneamente en numerosas ciudades españolas. No las había convocado ningún partido, ningún sindicato, ninguna organización social conocida, sino un grupo anónimo constituido a través de las redes sociales de Internet y autodenominado Democracia Real Ya (DRY). El lema de la convocatoria era claro y contundente: “Democracia Real Ya. No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”. No pedían el voto para ningún partido, sino que más bien cuestionaban de manera frontal la legitimidad del actual sistema político y económico. El éxito de las manifestaciones sorprendió a todo el mundo, incluso a los convocantes.
Dos días después, el martes 17 de mayo, pequeños grupos de jóvenes que habían participado en las manifestaciones del domingo decidieron tomar las plazas de las ciudades (la Puerta del Sol en Madrid, la Plaza de Cataluña en Barcelona, la Glorieta de España en Murcia, etc.) y comenzaron a acampar en ellas de manera pacífica y por tiempo indefinido. En los días siguientes, muchos más jóvenes –y no tan jóvenes- y muchas más ciudades españolas se unieron a las acampadas. Los acampados españoles tenían como modelo dos ejemplos recientes: el de la plaza Tahrir de El Cairo, cuyos participantes, a pesar de la represión inicial –que causó cientos de muertos- lograron acabar con el régimen corrupto y dictatorial de Mubarak, y el de los ciudadanos islandeses, que afirmaron su poder colectivo contra políticos y banqueros, mediante manifestaciones y caceloradas pacíficas en la capital Reikjavik, dos referendums contra las medidas de rescate a los bancos propuestas por sus gobernantes, el enjuiciamiento de los responsables políticos y financieros de la crisis y la puesta en marcha de un nuevo proceso constituyente protagonizado por los propios ciudadanos.
El ejemplo español, a su vez, saltó a la prensa internacional y comenzó a ser apoyado e imitado en otras ciudades de Europa y del resto del mundo. Inmediatamente, se le pusieron muchos nombres: los “indignados” (por el libro de Stéphane Hessel, ¡Indignaos!), la Spanish Revolution (así la llamó el Washington Post), el “mayo español” (por analogía con el mayo francés de 1968, a pesar de las muchas diferencias entre ambos), los “quincemayistas” (así los llamó el lúcido escritor y economista José Luis Sampedro), el “Movimiento 15 de Mayo” (M15M) o simplemente el “15-M”, que es el nombre que ha acabado siendo asumido por los propios protagonistas. 


Como estábamos en período electoral, todos los partidos políticos y la mayoría de los medios de comunicación se pusieron muy nerviosos, porque no entendían el sentido de un movimiento que se declaraba abiertamente crítico con el conjunto de la democracia española y en especial con la hegemonía de los dos grandes partidos –PP y PSOE-, hasta el punto de que algunos de los lemas parecían llamar a la abstención electoral: “No les votes”, “No nos representan”, “La llaman democracia y no lo es”, etc.
Pero los más preocupados eran los partidos de izquierda, y en particular el PSOE (uno de los directamente señalados como responsables del bipartidismo imperante), porque sabían que la abstención electoral les perjudicaría especialmente a ellos y beneficiaría al PP. De hecho, hubo quienes creyeron que las manifestaciones y las acampadas estaban organizadas y manipuladas por oscuras fuerzas de la derecha española e incluso por la CIA estadounidense, que también habría organizado las revoluciones árabes… Ciertos sectores de la extrema izquierda suelen recurrir con mucha facilidad a este tipo de teorías conspirativas, sobre todo cuando se enfrentan a acontecimientos inesperados que no encajan en sus esquemas mentales prefabricados.
En cambio, la derecha política y mediática española, guiada también por sus propios prejuicios ideológicos, consideró desde el primer momento que los manifestantes y los acampados eran los cachorros teledirigidos por el PSOE e Izquierda Unida. Y por eso comenzaron a atacarlos con saña y a desacreditarlos con todo tipo de insultos: violentos, terroristas, totalitarios, nazis, antisistema, perroflautas, holgazanes, guarros, etc. La respuesta de los indignados me pareció magnífica y rigurosamente exacta: “No somos antisistema, el sistema es antinosotros”.
Lo más grotesco de todo fue el comportamiento de las Juntas Electorales. En algunas provincias permitieron las acampadas, por considerar que eran un acto de libertad de expresión y de reunión, y que no interferían en el proceso electoral. Pero, en la mayoría de las provincias, comenzando por Madrid, las Juntas Electorales dieron orden de levantar las acampadas y de impedir las concentraciones, sobre todo en el “día de reflexión” previo a la jornada electoral del 22 de mayo, porque consideraban que eran actos de propaganda política incompatibles con esa “reflexión” establecida por la Ley Electoral. La Junta Electoral Central ratificó la prohibición por cinco votos a favor, cuatro en contra y una abstención. Hubo dos recursos contra esta prohibición, uno presentado por IU ante el Tribunal Supremo y otro presentado por un abogado de la acampada de Murcia ante el Tribunal Constitucional. Ambos tribunales se reunieron de inmediato y fallaron que no había lugar al recurso, por defectos de forma; en otras palabras, se lavaron las manos y no entraron en el fondo de los recursos, que exigían la protección de los derechos constitucionales de libertad de expresión, reunión y manifestación, unos derechos que eran fundamentales y que por tanto no podían ser limitados por la Ley Electoral y por las Juntas Electorales apelando a ese llamado “día de reflexión” (que, por cierto, no existe en muchos países democráticos). La inhibición de los más altos tribunales del país puso de manifiesto el desconcierto de la judicatura española ante la nueva situación política creada por los acampados, que a pesar de todo decidieron ejercer sus derechos constitucionales y “reflexionar” juntos en las plazas. 


Un sector mayoritario de la judicatura española es extremadamente conservador y quiso brindarle al PP un nuevo motivo para atacar y desgastar todavía más al ya desacreditado gobierno de Zapatero. Y, efectivamente, los políticos del PP exigieron al gobierno que obedeciera a la Junta Electoral Central, lanzara a la policía contra los acampados y limpiara las plazas de forma inmediata y contundente. Pero el gobierno –y en particular el Ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, que ya entonces se vislumbraba como el sucesor de Zapatero al frente del PSOE- no entró al trapo, sino que toleró las acampadas con la condición de que fueran pacíficas, no agredieran a las personas o a los bienes y no permitieran las bebidas alcohólicas.
Las elecciones municipales y autonómicas se celebraron y, conforme a lo previsto por las encuestas, el PSOE sufrió una gran derrota y el PP cosechó una gran victoria, al adueñarse de numerosas ciudades y de comunidades que siempre habían estado en manos del PSOE, como Castilla-La Mancha y Extremadura (en este caso, gracias a la abstención de Izquierda Unida, lo que ha generado un conflicto interno en esta organización). Pero esto no se debió tanto a un ascenso en votos del PP, que fue escaso, sino más bien a un notable descenso en votos del PSOE, que fueron al PP, a partidos minoritarios (como IU y UPyD) y a la abstención. La incidencia electoral del movimiento 15-M, a juzgar por los estudios publicados posteriormente, fue más bien escasa.
La derecha política y mediática lanzó el mensaje de que la “democracia real” eran las propias elecciones, y que las había ganado abrumadoramente el PP. Así que, tras el día 22 de mayo, se dedicó a descalificar al 15-M y a pedir elecciones generales anticipadas. En cuanto a la izquierda, tanto el PSOE como IU comenzaron a hacerse eco de las críticas y reivindicaciones del 15-M, convencidos de que la única posibilidad de mejorar sus resultados electorales pasa por atraerse a los indignados y atender algunas de sus reclamaciones.
Hubo un período crítico para el propio 15-M. En primer lugar, por el debate sobre si debían continuar o no las acampadas, lo que finalmente se resolvió con la sustitución de las acampadas por la extensión del movimiento mediante la creación de asambleas en barrios y pueblos de toda España. En segundo lugar, por la actitud a adoptar ante los nuevos gobiernos municipales y autonómicos elegidos el 22 de mayo: inicialmente, se organizaron actos de protesta ante las sedes de los ayuntamientos y parlamentos autonómicos, pero, tras los incidentes ante el parlamento catalán y tras las desaforadas condenas de políticos y medios de comunicación (que trataron de usar esos incidentes para descalificar al movimiento en su conjunto), el 15-M desautorizó expresamente los actos de violencia y convocó una nueva manifestación para el 19 de junio, en protesta por el llamado Pacto del Euro


Las manifestaciones del 19-J se celebraron en más ciudades y convocaron a más gente que las del 15-M. De este modo, se demostró la solidez del movimiento, su amplio apoyo popular (ratificado también por la última encuesta del CIS), y su capacidad para cuestionar no sólo la política española sino también la política de la Unión Europea.
Actualmente, se están extendiendo las asambleas del 15-M por barrios y por pueblos de toda España. Están entrando en relación con otros colectivos y movimientos, como Democracia Real Ya, ATTAC, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), las Mesas Ciudadanas para la Convergencia y la Acción, etc. Más de 500 personas han realizado durante un mes siete marchas a pié desde diferentes ciudades españolas, y confluyeron el 23 de junio en la Puerta del Sol de Madrid, origen y centro del movimiento de los acampados. El 25 de junio se celebró en el Palacio de Cristal del Retiro de Madrid el I Foro Social del 15-M, donde se hizo balance de lo realizado y se prepararon los pasos a dar de cara al próximo otoño. Ya se está organizando una nueva manifestación para el sábado 15 de octubre, esta vez de alcance internacional, con el lema Revolución global: Democracia real YA. En resumen, que el 15-M no ha parado de crecer y de consolidarse, por lo que parece destinado a convertirse en un movimiento social de largo recorrido.
Se ha hablado y escrito mucho sobre el 15-M, tanto en España como en el extranjero (véase, por ejemplo, el reportaje del diario francés Le Monde sobre "los indignados de Murcia", o el del diario chino Ming Pao de Hong Kong, que compara la "Primavera de sueños en España" con la revuelta de la Plaza de Tiananmen en 1989), y eso a pesar de que apenas tiene dos meses y medio de existencia. Hay innumerables artículos, entrevistas y reportajes de prensa, radio y televisión, videos colgados en Youtube, entradas en la Wikipedia, charlas o entrevistas dadas por intelectuales de prestigio (como Manuel Castells, José Luis Sampedro o Eduardo Galeano), libros con testimonios de los propios protagonistas (como Las voces del 15-M), estudios sociológicos, trabajos de campo (como el que viene realizando mi amigo José Luis Moreno Pestaña), etc.
Yo me limitaré a mencionar aquí, muy brevemente, algunos de los rasgos que considero más relevantes del movimiento 15-M:
1. La revolución como acontecimiento histórico. El hecho mismo de su súbita irrupción, como algo completamente imprevisible e inesperado, como un novum, kairós, “milagro” (H. Arendt) o “tiempo-ahora” (W. Benjamin) que trastoca el curso regular del tiempo, divide la historia en “antes de” y “después de”, y obliga a narrar el pasado y a imaginar el futuro de otro modo. Ya he hablado de esto a propósito de las revoluciones árabes. Si el azar es lo imprevisible en el conjunto de la Naturaleza, la libertad es lo imprevisible en el pequeño territorio de la historia humana, y especialmente en los momentos en que la libertad se manifiesta de forma abierta y colectiva, es decir, en las revoluciones. En efecto, lo que distingue a todas las revoluciones habidas y por haber es que nadie puede preverlas ni programarlas por anticipado: son lo más improbable, lo que parece imposible que acontezca, porque se oponen a todas las dominaciones, a todas las instituciones, a todas las rutinas previsibles y programables, y, sin embargo, ocurren…
2. La crisis del capitalismo neoliberal. Aunque todo acontecimiento histórico es en último término imprevisible e inesperado, siempre cabe reconstruir retrospectivamente las condiciones que lo han hecho posible y que por tanto lo hacen inteligible. La primera condición es la crisis económica mundial, que en España se ha visto agravada por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria (en la que fueron cómplices los políticos, los empresarios, los banqueros y los medios de comunicación, y que tuvo como una de sus secuelas la corrupción política). El efecto de la crisis en España ha sido tan brutal que ha dado lugar a la tasa de paro más alta de Europa (más del 20% y, en el caso de los jóvenes, más del 45%). Sin este paro masivo, que afecta casi a uno de cada dos jóvenes, y precisamente en un momento en que contamos con la juventud más formada de la historia española, no se explicaría la irrupción del 15-M. De hecho, los quincemayistas son en su mayor parte jóvenes en paro o con trabajo precario, a pesar de que muchos de ellos cuentan con formación universitaria. Por eso, no es casual que uno de los ejes principales de este movimiento sea la crítica del poder financiero, la sumisión de la clase política a la banca internacional y la necesidad de defender el empleo, la vivienda y los servicios públicos ante las políticas neoliberales de precarización generalizada de las condiciones de vida y de trabajo.
3. La crisis de la democracia de partidos. La segunda condición que explica la irrupción del 15-M es la progresiva deslegitimación del sistema democrático actualmente vigente, es decir, la llamada democracia liberal, representativa o parlamentaria. Esta deslegitimación responde a tres factores diferentes:
-Por un lado, la profesionalización y mediatización de la vida política, monopolizada cada vez más por los grandes aparatos de los partidos y por los grandes medios de comunicación escrita y audiovisual, lo que hace que se haya producido en las últimas décadas una creciente desafección política de la ciudadanía en la mayoría de las democracias occidentales (y un paralelo incremento del activismo en las organizaciones no gubernamentales y en los nuevos movimientos sociales).
-Por otro lado, la reciente crisis económica mundial ha puesto al descubierto la incapacidad de los gobiernos democráticos de los Estados-nación occidentales para doblegar a los poderes financieros internacionales, lo que ha agravado todavía más la pérdida de legitimidad de las democracias nacionales y de la propia Unión Europea (con la consiguiente reactivación de los movimientos de extrema derecha y de los discursos nacionalistas y xenófobos, que señalan como chivo expiatorio no solo a los inmigrantes extracomunitarios sino también a los europeos del sur, a los que se culpa de sus actuales problemas económicos).
-Por último, ha entrado en crisis la propia democracia española, que desde el final del franquismo había venido manteniendo un discurso autocomplaciente sobre la supuestamente modélica transición que le dio origen, y que en razón de esa autocomplacencia ha bloqueado todo proceso de reforma y de renovación del sistema político, con lo que los dos grandes partidos se han adueñado casi por completo de la vida pública y han sido incapaces de afrontar las grandes carencias heredadas precisamente de la transición: la falta de una efectiva memoria histórica de la tradición republicana y de los crímenes del franquismo, el preconstitucional concordato con la Iglesia católica, la escasa independencia y eficacia del poder judicial, la nunca completada federalización del Estado autonómico y del Senado, la creciente hegemonía de un bipartidismo que ha multiplicado los casos de corrupción política en todos los niveles de la administración pública y que ha bloqueado la necesaria reforma de la Ley Electoral y de la propia Constitución para aumentar la proporcionalidad de la representación política y multiplicar los mecanismos de participación ciudadana directa, etc.
4. La ruptura generacional. Los jóvenes del 15-M (que en su mayoría tienen entre 18 y 30 años) han nacido después de la Constitución de 1978 y están padeciendo los muchos déficits de la democracia española, así que no les sirve de nada que sus padres les sigan contando las excelencias de la gloriosa transición democrática, como si con ella se hubiera llegado al final de la historia y ya no hubiera nada que mejorar. Sobre todo cuando esa maravillosa democracia, que puso fin a la dictadura franquista, no ha sido capaz de enfrentarse a la dictadura de los mercados, sino que ha sacrificado y recortado los derechos de la ciudadanía para preservar los beneficios de los banqueros, los especuladores, las empresas del IBEX y las grandes fortunas. El resultado es que la nueva generación de españoles, que es la mejor preparada de nuestra historia, es también esa “generación perdida” de la que ha hablado abiertamente el FMI, esa “juventud sin futuro” que se sabe destinada a vivir peor que sus padres, con menos derechos y menos ingresos, porque, como dicen los propios indignados, no tienen “ni curro, ni casa, ni pensión, ni miedo”.
No es ninguna casualidad que muchos lemas del 15-M aludan a la necesidad de reprogramar la democracia, porque este movimiento supone una clara ruptura generacional con quienes hicieron (o hicimos) la transición democrática de los años setenta, y, ante el agotamiento del ciclo abierto en 1978, pretende poner en marcha una segunda transición, una especie de refundación de la democracia española, capaz de responder a los retos del siglo XXI. Por eso, los indignados han tenido un firme empeño en prescindir de todas las siglas de los partidos, sindicatos y organizaciones sociales que han monopolizado hasta ahora la vida política española. Este empeño, que ha sorprendido e irritado a muchos adultos, y especialmente a los activistas que simpatizan con ellos, tiene una explicación muy sencilla: los jóvenes experimentan la necesidad de un nuevo comienzo, tienen claro que es preciso poner en marcha un nuevo proceso político, un verdadero proceso constituyente. Ya lo decía Thomas Jefferson, uno de los fundadores y primeros presidentes de Estados Unidos: cada generación tiene derecho a elaborar libremente su propia constitución y a no quedar hipotecada por lo que decidieron sus padres y abuelos. 

5. La constitución de un nuevo espacio público. Casi desde el primer día, se ha discutido mucho sobre el porvenir del 15-M, sobre si tendría éxito o fracasaría; si sería capaz de concretar un programa con unos objetivos claros y de luchar coordinadamente hasta conseguirlos, o si la diversidad de sus miembros, la heterogeneidad de sus intereses, la magnitud de sus ambiciones y la ausencia de una organización jerarquizada y pragmática acabarían por disolver el movimiento o bien harían de él un fenómeno socialmente sintomático pero políticamente irrelevante. Han sido muchos los políticos y periodistas que han pronosticado su fracaso casi desde el primer momento. Y, en el otro extremo, los más entusiastas han proyectado sobre el 15-M unas expectativas desmesuradas, como si los indignados fueran, esta vez sí, la verdadera vanguardia histórica que anuncia la llegada del Mesías, es decir, la victoria de la Revolución final y, con ella, la realización en la Tierra de la Jerusalén celestial. Pues no, ni lo uno ni lo otro.
Lo importante no es lo que sucederá mañana o pasado mañana, sino lo que ya ha sucedido y lo que está sucediendo en estos momentos. Porque el 15-M es un poder colectivo constituyente que ha logrado crear, alumbrar, instituir un nuevo espacio público, en el que cualquiera puede participar, hablar y actuar con entera libertad, en igualdad de condiciones con todos los demás participantes. Y esto es lo que han hecho todos los movimientos revolucionarios de la historia. Como dice Hannah Arendt en Sobre la revolución, estos espacios públicos donde los seres humanos pueden mostrarse unos a otros y actuar coordinadamente, en condiciones de plena libertad e igualdad, son como “oasis en el desierto” o como “islas en el océano”: acontecen raras veces en la historia, pero ocupan un lugar destacado en todos los calendarios, porque son el modelo ejemplar de sociedad libre e igualitaria al que hemos de remitirnos, la hazaña heroica que hemos de rememorar y tratar de resucitar una y otra vez, sobre todo en los tiempos oscuros en los que retornan la rutina, la dominación y el conformismo.
El 15-M ha realizado la hazaña ejemplar de crear un nuevo espacio público. Y lo ha hecho simultáneamente en el espacio físico y en el espacio virtual, en las plazas de las ciudades y en las redes sociales de Internet. Y ambos espacios, el físico y el virtual, se han retroalimentado mutuamente. Por eso, tiene razón Manuel Castells al hablar de “wikiacampadas”. Por un lado, los indignados tomaron las plazas de las ciudades y construyeron en ellas pequeñas ciudades con tiendas de campaña, repúblicas nómadas en miniatura, ágoras democráticas en permanente estado de expansión y experimentación. Los acampados tuvieron que organizar microciudades en el más pleno sentido de la expresión, ocupándose tanto de los aspectos materiales (alojamiento, descanso, comida, limpieza, guardería, biblioteca, comunicación, etc.), como de los aspectos más específicamente políticos (asambleas, grupos de trabajo, rotación de los coordinadores y portavoces, mecanismos para toma de decisiones por consenso y para la resolución pacífica de conflictos, etc.). Y el hilo invisible que unía todo eso era el afecto, la pasión, el deseo de expresarse y de comunicarse libremente unos con otros, en la proximidad inmediata del cara a cara, del cuerpo al cuerpo, de la risa y del llanto, del temor y del valor compartidos. 


Y todo eso lo hicieron sin experiencia previa, sino más bien inventando, explorando, ensayando colectivamente. Por eso, las acampadas han sido laboratorios políticos vivientes y escuelas prácticas de ciudadanía democrática. Los jóvenes han aprendido a ser ciudadanos ejerciendo la ciudadanía en primera persona, siendo protagonistas activos de las pequeñas ciudades que ellos mismos estaban construyendo. No es de extrañar la alegría, la euforia, el entusiasmo con que han vivido esta experiencia. Es lo que los revolucionarios del siglo XVIII llamaban la “felicidad pública”: el gozo de construir libremente, de común acuerdo con otros, el mundo en el que quieres vivir. Es el genuino gozo del “animal político” del que hablaba Aristóteles. Es el gozo que nos distingue a los seres humanos como tales y, por tanto, al que todos tenemos derecho y al que todos deberíamos tener libre acceso. No es casual que los indignados hayan rebautizado las plazas, para dar nombre a la excepcional experiencia que estaban viviendo: la República de Sol, la Plaza de la Revolución 15 de Mayo, etc.
Pero las plazas no han sido universos cerrados sobre sí mismos, sino que desde el principio han estado conectadas entre sí y con el resto del mundo, a través de toda clase de medios electrónicos: móviles, ordenadores, cámaras, webs, blogs, redes sociales, etc. Al tiempo que creaban pequeñas repúblicas en las que todos podían conocerse, hablarse, actuar juntos, establecer vínculos políticos y afectivos, los indignados también han creado una gran república virtual con ciudadanos y simpatizantes dispersos por todo el mundo. En muchas ciudades de Europa y de otros continentes se han celebrado manifestaciones y acampadas vinculadas al movimiento 15-M. Yo he podido asistir desde casa a una asamblea de la acampada de la Puerta del Sol de Madrid, y en ese mismo momento había otras ocho mil personas de todo el mundo que también estaban siguiendo la asamblea por conexión electrónica.
Se ha hablado mucho de la importancia de las redes sociales electrónicas en los nuevos movimientos sociales y en las recientes revoluciones árabes, y el 15-M es un ejemplo más. Lo importante es que las redes electrónicas, como dice Castells en su libro Comunicación y poder, hacen posible que la comunicación sea rápida, barata, abierta, horizontal, democrática, accesible a todos, más allá de las fronteras geográficas y sociales, y por tanto son “medios de autocomunicación de masas”, que permiten a los nuevos movimientos sociales emanciparse del poder de los grandes medios de comunicación escrita y audiovisual. Esto hemos podido comprobarlo en el movimiento 15-M: al principio, la mayor parte de los medios de comunicación españoles ningunearon al movimiento, ignorando su existencia o descalificándolo abiertamente, pero los indignados demostraron que eran capaces de comunicarse entre sí y de informar al resto del mundo sin necesidad de pasar por el control de los grandes medios. Esta es la otra vía a través de la cual el 15-M ha creado un espacio público abierto, libre, igualitario y democrático: no ya en la relación cara a cara de las acampadas, sino en la relación a distancia entre personas de diferentes ciudades y de diferentes países. Ojalá que de este modo puedan tenderse puentes entre la intensa democracia de las plazas y la extensa y cada vez más necesaria democracia global. 


Mi relación con el 15-M ha ido variando con el tiempo. Al principio, cuando vi la convocatoria de manifestación del 15 de mayo, creí que sería flor de un día, como otras muchas que la habían precedido y que también habían surgido a través de las redes sociales. Yo había participado en las huelgas y manifestaciones convocadas por los sindicatos, primero las que se hicieron a escala nacional contra los drásticos recortes sociales y laborales decididos por Zapatero en mayo de 2010, y después las que se hicieron en la región murciana tras el tijeretazo decretado por Valcárcel en diciembre de ese mismo año. Por eso, era escéptico con respecto al éxito de una convocatoria que no tenía detrás a ninguna organización conocida, que quería “democracia real ya” y que se declaraba ajena a los partidos y a los sindicatos.
Pero el fenómeno de las acampadas me hizo comprender que estaba ante un acontecimiento realmente nuevo y esperanzador. Asistí a varias de las asambleas de la acampada de Murcia y me quedé asombrado ante su capacidad de autoorganización, ante su espíritu abierto y pacífico, ante la multiplicación de sus comisiones de trabajo, ante la creatividad de sus ideas y de sus acciones... Se ha comparado a los quincemayistas españoles con el Mayo francés de 1968, pero esto es algo completamente diferente de aquellas revueltas dominadas por el discurso marxista-leninista-troskista-maoísta y por la mística de la violencia.
El 15-M es muy diferente del Mayo del 68, no solo por el nuevo papel de Internet y de las redes sociales electrónicas, sino también porque es un movimiento escrupulosamente pacífico y respetuoso con la pluralidad de las opiniones, porque trata de llegar a acuerdos por consenso, porque en él están teniendo una presencia muy destacada las mujeres, porque en las acampadas había guarderías para los niños y “comisiones de respeto” para resolver los conflictos y apaciguar los ánimos, porque en las asambleas había traducción simultánea para sordomudos...
Cuando vi todo aquello, me quedé realmente deslumbrado. Y entonces comprendí que la nueva generación había despertado con una potencia y una inteligencia impresionantes, y me sentí profundamente feliz. Los compañeros del Foro Ciudadano de la Región de Murcia nos habíamos pasado diez años lamentándonos de la escasa presencia de jóvenes en las organizaciones sociales alternativas, nos habíamos preguntado muchas veces por qué los jóvenes no reaccionaban ante un futuro que les era cada vez más adverso. Y, de pronto, sin que nadie pudiera preverlo, prendió la mecha del 15-M y se extendió como una verdadera revolución. Y quienes nos habíamos sentido como voces en el desierto, al presenciar este nuevo movimiento, nos hemos dado cuenta de que nuestra lucha ha tenido sentido. Y, sobre todo, sabemos que tendrá continuidad, porque hay una nueva generación que ya ha tomado el relevo.
Yo he sido, ante todo, un espectador del movimiento 15-M, aunque lo he apoyado en la medida de mis posibilidades (por ejemplo, suscribiendo y difundiendo el Manifiesto de profesores y estudiantes de Filosofía en apoyo a las movilizaciones sociales del 15 de mayo). Hasta que los jóvenes de Murcia (entre los cuales hay muchos alumnos y ex alumnos míos) me invitaron a participar en una de sus nuevas iniciativas: el Centro de Estudios 15M. Y ahora me siento muy ilusionado con la idea de poder aportar mi experiencia como profesor y como activista en esta especie de “universidad popular” que los indignados han puesto en marcha. En cuanto al futuro, no me preocupa. Como dicen ellos: “Vamos despacio porque vamos lejos”. Así que, paso a paso, seguiremos haciendo el camino.

4 comentarios:

  1. Buen análisis. En lo único que no estoy de acuerdo con el autor es en su valoración sobre el Mayo-68 francés. Yo no creo que estuviera dominado por la mística de la violencia. Aquello también fue muy grande y ha permanecido vivo en el imaginario colectivo de la resistencia y la lucha libertaria. El 15M, en parte, también es Mayo-68. Esto está siendo muy bueno pero aquello también lo fue. No comparto ese suave tono de desdén respecto a aquellas luchas que fueron también grandiosas y que marcaron un rumbo a nivel internacional. Las dinámicas de liberación van tomando diversas formas y apariencias a lo largo de la historia, están en permanente transformación, pero a todas subyace un mismo impulso, desde Espartaco hasta el hackactivismo, pasando por Thomas Münster: la conquista de la DIGNIDAD HUMANA frente al poder totalitario de los amos del dinero. Salud y rebelión.

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  2. Javier, estoy de acuerdo contigo en que todas las luchas de liberación tienen algo en común. De hecho, es lo que he tratado de decir en el punto 1 de mi análisis. Pero, como tú mismo señalas, adoptan diversas formas en el curso de la historia. Yo he pretendido señalar la específica coyuntura histórica del 15-M y las peculiaridades que lo distinguen. No he menospreciado en modo alguno el Mayo francés, al que estoy muy cercano generacionalmente, sino señalar algunas de sus diferencias con el 15-M. Y sigo pensando que en muchos -no en todos, ciertamente- movimientos sociales de los años sesenta y setenta (que yo viví muy intensamente, sobre todo en los años previos y posteriores a la muerte de Franco), a pesar de su indudable importancia histórica, pesaban demasiado la ortodoxia marxista y la fascinación por la violencia revolucionaria. Recuerda que fueron los años de esplendor de los movimientos guerrilleros en el Tercer Mundo y de los grupos terroristas en el Primer Mundo. No es casualidad que el icono de aquellos años fuera el Che Guevara, y que muchos intelectuales europeos defendieran la lucha armada, desde Sartre hasta Deleuze. Creo que uno de los éxitos del 15-M es que no se ha dejado seducir por el catecismo marxista-leninista ni por la violencia revolucionaria. Eso no quiere decir que no tenga otro tipo de problemas, que a la larga pueden debilitarlo, como la excesiva fobia a todo tipo de organización o su excesiva distancia con respecto a los sindicatos. Pero seguiremos luchando para que el 15-M aprenda sobre la marcha.

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  3. Antonio, fui alumno tuyo y he vivido el movimiento desde su inicio en Barcelona... Me parece muy interesante vuestra iniciativa y creo que la sucesión de hechos y el análisis que haces es muy acertado.

    Ánimo

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  4. Raúl Ibáñez Martínez8 de agosto de 2011, 11:37

    Me siento plenamente identificado con el análisis que hace Antonio Campillo sobre el 15M y posterior evolución,sin embargo, y porque como cristiano creo en realidades más sutiles de las que podemos percibir y entender,mi humilde opimión es que el despertar de las conciencias, no solo las de los jovenes, obedece a las peticiones en oración sincera hechas por millones de creyentes que anhelan unas relaciones sociales de convivencia más horizontales desde la relación de verticalidad individual de cada uno de nosotros con el Misericordioso.
    Somos legión los que imploramos el establecimiento del Amor y la Fraternidad del Reino de los Cielos aquí, ahora, en la tierra.

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